ANA MARIA MATUTE, UNA MADRE APARTADA DE SU HIJO
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ANA MARIA MATUTE, UNA MADRE APARTADA DE SU HIJO
«Yo me siento Alicia, siempre atravesando el espejo»
Ana María Matute está a punto de cumplir setenta y cinco años, pero ella sabe que la edad interior no se corresponde con las cifras del tiempo. Nuestra más joven escritora, tras ese maravilloso triunfo que ha sido «Aranmanoth», ahora se dispone a descansar. No hacer nada: ese es el mayor placer de Ana María Matute, la abuelita ideal de nuestros cuentos.
-¿Le preocupa estar perdiendo capacidades físicas?
-Claro. ¿A ti no te preocuparía?
-A mí mucho.
-Pues a mí también. Pero afortunadamente se puede hacer un remiendico. Primero me voy a operar de cataratas, y después me voy a comprar un aparatito de esos para oír mejor. Hoy día hay bastantes soluciones, un poco postizas pero que valen.
-Usted, que siempre ha sido niña interior, ¿cómo le preocupa el estar envejeciendo por fuera?
-Tampoco me preocupa tanto. Mientras me sienta bien, que me siento bien; mientras tenga la cabeza tan mal como siempre, estoy contenta. Envejecer por fuera es algo que debe de ser. Sería innatural que a los setenta y cinco, que cumpliré en julio, tuviera el aspecto de una chica joven. Eso no ocurre, y además es que a veces ves gente que parecen conservados en alcohol, y creo que es normal, y además mira, te voy a decir una cosa: esto de envejecer no está tan mal, ¿sabes? Primero, te liberas de muchas preocupaciones que tienes de parecer y tal; cuando llegas a cierta edad, la gente ya sabe que eres una persona mayor, que tienes tus achaques, que tienes tus arrugas, el cabello blanco, y no por eso noto que me desprecie la gente. Al contrario, quizá me tratan incluso con más cariño, lo cual me parece muy bien porque siempre he querido que me quieran, que me cuiden y me mimen, y no siempre lo he conseguido. Y luego, piensa una cosa: que la juventud está muy bien donde está. Es maravillosa cuando la vives y la aprovechas bien. Yo la he aprovechado todo lo que he podido, la he apurado, la he vivido muy intensamente, pero llega un momento en que la vas perdiendo. Sin embargo, lo que la vida te quita con una mano, te lo da con otra. Hay que saberlo ver. Y por ejemplo, hay cosas que no me apetecían cuando era joven, y ahora me apetecen. Por ejemplo, valoro mucho los pequeños placeres. Por ejemplo, sentarme en una terraza con unos amigos, pedirme una cerveza y que me traigan el vaso empañado, con una gotita que cae, y tomármelo con mis amigos apurándolo, y hablando de lo divino y del infierno y de la tierra, me encanta. Cuando era joven, también, pero de otra manera. Cuando uno es joven, se come la fruta verde, ¡y da unos cólicos! Y cuando se llega a mi edad, se la come uno en sazón. Y está muy bien.
-Cuando era una niña que leía cuentos donde son los ancianos los que cuentan las historias, ¿se imaginaba anciana?
-No me acuerdo, pero siempre me ha apasionado la idea de la abuela, toda rodeada de niños, contando cuentos. Abuelita no soy, pero soy tía en primer y segundo grado, y tía abuela, y eso de que cuando yo llego a la casa de algún amigo o de quien sea y vienen todos los niños, "cuéntame un cuento, cuéntame un cuento", eso a mí me llena de felicidad.
-¿Hay algún momento en el que se despierta y dice: "¡Ah, ya no soy joven!"?
-No.
-¿Ningún momento en el que se diga: "Ya he crecido"?
-No, nunca creceré. Desgraciadamente, siempre tengo una decepción. Cada día, cada mes. Siempre hay decepciones; siempre ocurre algo que tú no te esperabas que ocurriera; algo que te duele, que te sorprende, que tellena de estupor. Creo que eso me demuestra que no he crecido tanto, que por dentro todavía tengo aquella niña de doce años que le pegaban unas enormes tortas: morales, claro.
-¿Cómo es el recuerdo de su infancia personal: positivo, negativo?
-En conjunto, positivo. Mi infancia fue muy rica. Lo pasé muy mal en algunos momentos, pero creo que como todos los niños. Los niños viven muy intensamente su infancia, y la infancia es muy importante. Yo digo que la infancia es más larga que la vida, y es verdad. Fíjate que tú te acuerdas de muchas más cosas de cuando eras niño que de cuando eres una persona adulta. La infancia marca de manera definitiva. En conjunto, creo que la mía fue positiva, porque hay que sufrir también. Y no es que yo sea una apologista del sufrimiento en el sentido falsamente cristiano, sino porque enriquece. Lo que no enriquece nunca es el dolor físico, eso no. Eso que te dicen: "Sufre, sufre; ya verás cómo te enriqueces". ¡Que se enriquezca tu padre! Así no me gusta enriquecerme. Y tampoco con un sufrimiento demasiado fuerte, porque aniquila y hace tanto daño como el físico; pero, que te den de cuando en cuando una buena bofetada moralmente, te abre los ojos y te enseña a vivir. Y además también te enseña a que eso no hay que hacerlo con los demás.
-¿Es posible que la mayor bofetada que haya recibido haya sido el que la hayan separado de su hijo?
-Sí. Evidentemente. Yo lo veía los sábados nada más, y fue muy duro para mí.
-¿Cómo fue eso? ¿No era algo insólito en aquella época?
-No, era algo normal en aquella época. La separación la inicié yo, no él. Cuando tú te separabas entonces, automáticamente le daban la custodia al padre, al revés que ahora. Y no había nada de este régimen de visitas, manutención, pasar la pensión... De esto nada. La mujer que tenía el rostro de separarse de su marido tenía que pasar muchas cosas. Primero, demostrar que era una mujer como Dios manda: como Dios manda según ellos, claro. Lo que ocurría generalmente era que el marido, cuando le decían que el hijo se quedaba con él, decía: "No, no; que se quede con mi mujer". Y se arreglaba así. Pero en mi caso, con tal de joderme, pues no. Yo podía no haber visto a mi hijo no ya un solo día, sino nunca. Pero yo tenía una suegra muy buena, que en esto se portó muy bien, y me dijo: "Mira, Ana María; tú puedes verlo los sábados". Y yo lo veía los sábados, me lo llevaba, y así estuvimos dos años y pico.
-Cuando se separaron, ¿qué edad tenía su hijo?
-Ocho años.
-¿Y hasta los once estuvieron en ese plan?
-Sí, y después, cuando me dieron la separación, me ofrecieron irme a Estados Unidos, y yo me fui ya con él tranquila y feliz. Mi hermana María Pilar, que siempre será la misma, tuvo que ir a jurar a la Curia, porque esto lo llevaba la Iglesia, y le pregunté: "¿Qué has dicho?" Y me dijo: "La verdad; que era un santo". Pero no lo dijo; era broma. Y a mí me dijeron: "¡Arrodíllese!". "No, no puedo". "¿Por qué?" -las caras cerúleas de onanistas-. Digo: "Pues no, porque tengo las rodillas muy frágiles". "Ah, bueno". ¡Les sorprendí tanto! Tenías que ir allí, y exponer, y así dos años y medio hasta que me dieron a mi hijito y el abogado me dijo: "Ya está. Ya tienes la patria potestad. Lo tienes todo. Puedes hacer lo que quieras". Fue una alegría...
-¿Su marido no hizo nada por retener a su hijo?
-Hombre, claro; todo lo que pudo; pero no. Perdió el juicio, le quitaron la patria potestad y me la dieron a mí.
-¿Se llevó a su hijo y lo educó en Estados Unidos?
-No. Al principio estuvimos sólo un año y luego regresamos aquí, y se educó aquí. Después sí volvimos más veces. pero te advierto una cosa: habría preferido que se hubiera educado allí, porque aquí los colegios eran espantosos entonces. Aquí imperaba el nacionalcatolicismo. Luego él ya se fue por su cuenta a Estados Unidos y se hizo piloto, pero fue mucho más tarde. Contemporizó España con Estados Unidos.
-Usted, en cambio, ¿se sintió desarraigada?
-Yo soy una desarraigada nata. Yo voy conmigo a todas partes. Mi mundo soy yo, mis sueños. Cuando voy a un país o a cualquier sitio, yo lo transformo en lo que a mí me interesa, y dejo lo que no me interesa: no lo veo.
-Pero su literatura, sobre todo la de los años sesenta, no es que esté dentro del realismo social pero...
-Ya sé lo que quieres decir: es que eso abarca lo que a mí me interesa. Me interesan los problemas sociales, los problemas de injusticia. Está dentro de todos mis libros. Se ve claramente que estoy preocupada por el ser humano, por la fragilidad del ser humano, por la facilidad con la que puede ser atropellado. Eso me indigna, me subleva, y está en todos mis libros.
-¿Por qué da tantas conferencias? ¿Por qué Ana María Matute es una mujer que está tan en contacto con sus lectores?
-Siempre lo he hecho. He dado conferencias muchas veces. En Estados Unidos he dado conferencias de costa a costa, en todas sus universidades. He pasado semestres, cursos, "impartiendo clases", que está mal dicho. Aquí lo hago ahora quizá más porque, claro, después de lo de "Olvidado Rey Gudú" es constante. Y hay muchas que digo que no, pero... Porque quien te invita te inspira simpatía, consideras que está bien... Y luego, porque me pagan estupendamente.
-Bueno, eso no lo pondré.
-No, hazlo. Somos humanos. Que yo no vivo del aire, ¡eh! Yo no escribo para ganar dinero, pero si escribo y tengo que comer, es mejor si me pagan.
-Ahora que es una autora resucitada para la Literatura, ¿cómo ve su periodo de casi quince años sin escribir?
-Mal. Sufrí mucho. Y luego, cuando ya salí de la depresión, seguía sin ganas de escribir; hasta que un día me di cuenta de que era una tontería, porque en verdad yo lo pasaba muy mal si no escribía. Y entonces escribí "Sólo un pie descalzo", y con lo primero que sale después de tantos años me dan el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, y esto me estimuló también mucho. Y volví a entrar dentro del clima de ser un autor, tener contacto el público (el poco que tienes), y eso. Pero lo recuerdo con pena: "¡Cuánto tiempo perdido, Dios mío!". Ahora, no podía hacer otra cosa.
-¿La depresión comenzó en el año 71?
-No me acuerdo; a mí no me preguntes por fechas porque me hago un lío.
-¿Fue después de salir "La torre vigía"?
-No; más tarde: en el 73 ó 74.
-¿Cómo fue llegando la depresión?
-Eso es muy difícil de explicar, y yo prefiero no hablar de eso. Es muy doloroso. Es horroroso. Y, sobre todo, yo tuve una depresión de las malas: de las que no sabes por qué. Era la mujer más feliz, tenía al hombre que he amado más en mi vida; vivía con mi hijo, que me había costado tanto; tenía un trabajo, tenía éxito... y, de repente... ¿Tú has leído un libro de William Styron que se llama "La visible oscuridad"?
-No, no lo he leído.
-Pues léelo. Te lo explica perfectamente. Es un escritor también y le pasa lo mismo. Es una cosa impresionante. Son muy malas esas depresiones. Cuestan más de superar que las que tienen un origen conocido, la razón que sea. Pero esta fue muy dolorosa.
-¿Nunca ha utilizado la depresión como motivo literario?
-No. No me atrae. Nunca he escrito nada, excepto "El río", autobiográfico. Nada de lo que pasa en mis libros es algo que me haya pasado a mí. Nada excepto en "El río", que son recuerdos de mi infancia en La Rioja. Prefiero inventar, prefiero investigar el ser humano antes que ponerme yo en el centro.
-¿Hay algo en sus libros que quiera contar y a lo que crea que el lector no termina de llegar?
-Yo siempre tengo ese temor, pero vaya... Luego, hablando con mis lectores, contigo mismo, veo que hay gente excepcional que llegáis muchísimo. Pero, a veces, cuando hablo de un libro mío con alguien, sí te quedan zonas de las que piensas: "No se ha dado cuenta de esto". Pero también pienso que a lo mejor yo no lo he explicado lo suficiente, pero luego ves que sí hay otro que lo ha entendido. El primero quizá ha visto otras cosas, o sí las ha visto pero hablando conmigo en aquel momento le han interesado otras. No me preocupa demasiado eso, sinceramente. Me preocupa más que comprendan y entiendan el conjunto de lo que he querido hacer, más que momentos.
-En sus obras, los personajes están abocados a la pérdida de la inocencia. Salvo excepciones, los coloca en ese punto del abismo en que o lo saltan o se hunden.
-Es la isla. Perder la isla.
-¿Cómo es esa pérdida de la isla, de la inocencia? Y lo pregunto a la escritora y a la persona.
-¿Qué quieres que te comente? Es una pérdida muy dolorosa también, porque de repente un día te das cuenta de que hay algo que hay algo que se ha acabado para siempre, y empieza otra cosa que no te acaba de gustar. Que te da miedo, además: ¡Como yo no puedo en este sentido apartar mi vida de lo que yo he escrito...! La pérdida de la inocencia es inevitable, lo que pasa es que unos la pierden más y otros la pierden más. Pero es inevitable, porque le pasa a todo el mundo... A todo el mundo que ha sido niño, porque yo conozco personas que no han sido niños nunca.
-Por eso preguntaba al principio acerca de la edad: la diferencia entre la edad interna y la externa. ¿Cómo se produce en usted la pérdida de la inocencia?
-Muy tarde. Yo mantuve mi inocencia hasta casi los dieciocho años. A partir de los dieciséis, diecisiete años, empecé a perderla, pero la mantuve bastante tiempo. Con pequeñas pérdidas, claro.
-¿La echa de menos?
-No lo sé, porque la vida es perder cosas. Se compone de una cadena de pérdidas sucesivas. Pues sí, se echa de menos, pero también uno comprende que, si no, te puedes convertir en un pequeño monstruo. Va con la vida, aunque algunos seamos más reacios a incorporarnos al mundo. Ahora, yo te voy a decir una cosa: todas las mañanas, cuando me despierto, me cuesta mucho incorporarme al mundo. Muchísimo. No te lo puedes imaginar.
-Es curioso, porque muchos lectores acuden a sus libros, sobre todo a los últimos, como a un asidero de inocencia. Y sus últimas obras, sobre todo "Aranmanoth", son de un dramático y de un desgarrador enorme. ¿Teme que la gente, con sus últimos libros, se quede solamente en el elemento fantástico?
-Hombre, tengo mucha confianza en el buen lector. El buen lector se da cuenta de lo que es. Pero el que esté buscando el elemento fantástico en este libro, va dado. Es muy importante, pero no es lo más importante. Pero nunca me he planteado esto, porque yo creo en el buen lector. Hasta ahora, la experiencia que tengo de la gente que ha leído "Olvidado Rey Gudú" o "La torre vigía", los ha captado muy bien.
-Pero recordando alguna de las críticas que se escribieron acerca de "Olvidado Rey Gudú", temo a ese tipo de lector que coja un libro de estos, "Aranmanoth" por ejemplo, y diga: "Ah, una fábula mítica".
-Es que no se lo han leído. Sencillamente, no se lo han leído. Lo han mirado por encima, pero no se lo han leído, y dicen: "Ah, una de esas cosas de la Matute para niños".
-¿Se reconoce a sí misma como a una escritora perversa frente a esa imagen de escritora juvenil?
-No sé lo que es la perversidad: ¡me parece tan normal! En todo caso, es una perversidad inocente. Yo no me reconozco en nada, porque yo no sé quién soy. A veces digo: "¡Eh, sí, soy yo!"... pero no. Yo soy Alicia atravesando el espejo. Siempre estoy atravesando el espejo.
(Entrevista de Pedro Manuel Víllora)
Ana María Matute 2007 | [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Ana María Matute está a punto de cumplir setenta y cinco años, pero ella sabe que la edad interior no se corresponde con las cifras del tiempo. Nuestra más joven escritora, tras ese maravilloso triunfo que ha sido «Aranmanoth», ahora se dispone a descansar. No hacer nada: ese es el mayor placer de Ana María Matute, la abuelita ideal de nuestros cuentos.
-¿Le preocupa estar perdiendo capacidades físicas?
-Claro. ¿A ti no te preocuparía?
-A mí mucho.
-Pues a mí también. Pero afortunadamente se puede hacer un remiendico. Primero me voy a operar de cataratas, y después me voy a comprar un aparatito de esos para oír mejor. Hoy día hay bastantes soluciones, un poco postizas pero que valen.
-Usted, que siempre ha sido niña interior, ¿cómo le preocupa el estar envejeciendo por fuera?
-Tampoco me preocupa tanto. Mientras me sienta bien, que me siento bien; mientras tenga la cabeza tan mal como siempre, estoy contenta. Envejecer por fuera es algo que debe de ser. Sería innatural que a los setenta y cinco, que cumpliré en julio, tuviera el aspecto de una chica joven. Eso no ocurre, y además es que a veces ves gente que parecen conservados en alcohol, y creo que es normal, y además mira, te voy a decir una cosa: esto de envejecer no está tan mal, ¿sabes? Primero, te liberas de muchas preocupaciones que tienes de parecer y tal; cuando llegas a cierta edad, la gente ya sabe que eres una persona mayor, que tienes tus achaques, que tienes tus arrugas, el cabello blanco, y no por eso noto que me desprecie la gente. Al contrario, quizá me tratan incluso con más cariño, lo cual me parece muy bien porque siempre he querido que me quieran, que me cuiden y me mimen, y no siempre lo he conseguido. Y luego, piensa una cosa: que la juventud está muy bien donde está. Es maravillosa cuando la vives y la aprovechas bien. Yo la he aprovechado todo lo que he podido, la he apurado, la he vivido muy intensamente, pero llega un momento en que la vas perdiendo. Sin embargo, lo que la vida te quita con una mano, te lo da con otra. Hay que saberlo ver. Y por ejemplo, hay cosas que no me apetecían cuando era joven, y ahora me apetecen. Por ejemplo, valoro mucho los pequeños placeres. Por ejemplo, sentarme en una terraza con unos amigos, pedirme una cerveza y que me traigan el vaso empañado, con una gotita que cae, y tomármelo con mis amigos apurándolo, y hablando de lo divino y del infierno y de la tierra, me encanta. Cuando era joven, también, pero de otra manera. Cuando uno es joven, se come la fruta verde, ¡y da unos cólicos! Y cuando se llega a mi edad, se la come uno en sazón. Y está muy bien.
-Cuando era una niña que leía cuentos donde son los ancianos los que cuentan las historias, ¿se imaginaba anciana?
-No me acuerdo, pero siempre me ha apasionado la idea de la abuela, toda rodeada de niños, contando cuentos. Abuelita no soy, pero soy tía en primer y segundo grado, y tía abuela, y eso de que cuando yo llego a la casa de algún amigo o de quien sea y vienen todos los niños, "cuéntame un cuento, cuéntame un cuento", eso a mí me llena de felicidad.
-¿Hay algún momento en el que se despierta y dice: "¡Ah, ya no soy joven!"?
-No.
-¿Ningún momento en el que se diga: "Ya he crecido"?
-No, nunca creceré. Desgraciadamente, siempre tengo una decepción. Cada día, cada mes. Siempre hay decepciones; siempre ocurre algo que tú no te esperabas que ocurriera; algo que te duele, que te sorprende, que tellena de estupor. Creo que eso me demuestra que no he crecido tanto, que por dentro todavía tengo aquella niña de doce años que le pegaban unas enormes tortas: morales, claro.
-¿Cómo es el recuerdo de su infancia personal: positivo, negativo?
-En conjunto, positivo. Mi infancia fue muy rica. Lo pasé muy mal en algunos momentos, pero creo que como todos los niños. Los niños viven muy intensamente su infancia, y la infancia es muy importante. Yo digo que la infancia es más larga que la vida, y es verdad. Fíjate que tú te acuerdas de muchas más cosas de cuando eras niño que de cuando eres una persona adulta. La infancia marca de manera definitiva. En conjunto, creo que la mía fue positiva, porque hay que sufrir también. Y no es que yo sea una apologista del sufrimiento en el sentido falsamente cristiano, sino porque enriquece. Lo que no enriquece nunca es el dolor físico, eso no. Eso que te dicen: "Sufre, sufre; ya verás cómo te enriqueces". ¡Que se enriquezca tu padre! Así no me gusta enriquecerme. Y tampoco con un sufrimiento demasiado fuerte, porque aniquila y hace tanto daño como el físico; pero, que te den de cuando en cuando una buena bofetada moralmente, te abre los ojos y te enseña a vivir. Y además también te enseña a que eso no hay que hacerlo con los demás.
-¿Es posible que la mayor bofetada que haya recibido haya sido el que la hayan separado de su hijo?
-Sí. Evidentemente. Yo lo veía los sábados nada más, y fue muy duro para mí.
-¿Cómo fue eso? ¿No era algo insólito en aquella época?
-No, era algo normal en aquella época. La separación la inicié yo, no él. Cuando tú te separabas entonces, automáticamente le daban la custodia al padre, al revés que ahora. Y no había nada de este régimen de visitas, manutención, pasar la pensión... De esto nada. La mujer que tenía el rostro de separarse de su marido tenía que pasar muchas cosas. Primero, demostrar que era una mujer como Dios manda: como Dios manda según ellos, claro. Lo que ocurría generalmente era que el marido, cuando le decían que el hijo se quedaba con él, decía: "No, no; que se quede con mi mujer". Y se arreglaba así. Pero en mi caso, con tal de joderme, pues no. Yo podía no haber visto a mi hijo no ya un solo día, sino nunca. Pero yo tenía una suegra muy buena, que en esto se portó muy bien, y me dijo: "Mira, Ana María; tú puedes verlo los sábados". Y yo lo veía los sábados, me lo llevaba, y así estuvimos dos años y pico.
-Cuando se separaron, ¿qué edad tenía su hijo?
-Ocho años.
-¿Y hasta los once estuvieron en ese plan?
-Sí, y después, cuando me dieron la separación, me ofrecieron irme a Estados Unidos, y yo me fui ya con él tranquila y feliz. Mi hermana María Pilar, que siempre será la misma, tuvo que ir a jurar a la Curia, porque esto lo llevaba la Iglesia, y le pregunté: "¿Qué has dicho?" Y me dijo: "La verdad; que era un santo". Pero no lo dijo; era broma. Y a mí me dijeron: "¡Arrodíllese!". "No, no puedo". "¿Por qué?" -las caras cerúleas de onanistas-. Digo: "Pues no, porque tengo las rodillas muy frágiles". "Ah, bueno". ¡Les sorprendí tanto! Tenías que ir allí, y exponer, y así dos años y medio hasta que me dieron a mi hijito y el abogado me dijo: "Ya está. Ya tienes la patria potestad. Lo tienes todo. Puedes hacer lo que quieras". Fue una alegría...
-¿Su marido no hizo nada por retener a su hijo?
-Hombre, claro; todo lo que pudo; pero no. Perdió el juicio, le quitaron la patria potestad y me la dieron a mí.
-¿Se llevó a su hijo y lo educó en Estados Unidos?
-No. Al principio estuvimos sólo un año y luego regresamos aquí, y se educó aquí. Después sí volvimos más veces. pero te advierto una cosa: habría preferido que se hubiera educado allí, porque aquí los colegios eran espantosos entonces. Aquí imperaba el nacionalcatolicismo. Luego él ya se fue por su cuenta a Estados Unidos y se hizo piloto, pero fue mucho más tarde. Contemporizó España con Estados Unidos.
-Usted, en cambio, ¿se sintió desarraigada?
-Yo soy una desarraigada nata. Yo voy conmigo a todas partes. Mi mundo soy yo, mis sueños. Cuando voy a un país o a cualquier sitio, yo lo transformo en lo que a mí me interesa, y dejo lo que no me interesa: no lo veo.
-Pero su literatura, sobre todo la de los años sesenta, no es que esté dentro del realismo social pero...
-Ya sé lo que quieres decir: es que eso abarca lo que a mí me interesa. Me interesan los problemas sociales, los problemas de injusticia. Está dentro de todos mis libros. Se ve claramente que estoy preocupada por el ser humano, por la fragilidad del ser humano, por la facilidad con la que puede ser atropellado. Eso me indigna, me subleva, y está en todos mis libros.
-¿Por qué da tantas conferencias? ¿Por qué Ana María Matute es una mujer que está tan en contacto con sus lectores?
-Siempre lo he hecho. He dado conferencias muchas veces. En Estados Unidos he dado conferencias de costa a costa, en todas sus universidades. He pasado semestres, cursos, "impartiendo clases", que está mal dicho. Aquí lo hago ahora quizá más porque, claro, después de lo de "Olvidado Rey Gudú" es constante. Y hay muchas que digo que no, pero... Porque quien te invita te inspira simpatía, consideras que está bien... Y luego, porque me pagan estupendamente.
-Bueno, eso no lo pondré.
-No, hazlo. Somos humanos. Que yo no vivo del aire, ¡eh! Yo no escribo para ganar dinero, pero si escribo y tengo que comer, es mejor si me pagan.
-Ahora que es una autora resucitada para la Literatura, ¿cómo ve su periodo de casi quince años sin escribir?
-Mal. Sufrí mucho. Y luego, cuando ya salí de la depresión, seguía sin ganas de escribir; hasta que un día me di cuenta de que era una tontería, porque en verdad yo lo pasaba muy mal si no escribía. Y entonces escribí "Sólo un pie descalzo", y con lo primero que sale después de tantos años me dan el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, y esto me estimuló también mucho. Y volví a entrar dentro del clima de ser un autor, tener contacto el público (el poco que tienes), y eso. Pero lo recuerdo con pena: "¡Cuánto tiempo perdido, Dios mío!". Ahora, no podía hacer otra cosa.
-¿La depresión comenzó en el año 71?
-No me acuerdo; a mí no me preguntes por fechas porque me hago un lío.
-¿Fue después de salir "La torre vigía"?
-No; más tarde: en el 73 ó 74.
-¿Cómo fue llegando la depresión?
-Eso es muy difícil de explicar, y yo prefiero no hablar de eso. Es muy doloroso. Es horroroso. Y, sobre todo, yo tuve una depresión de las malas: de las que no sabes por qué. Era la mujer más feliz, tenía al hombre que he amado más en mi vida; vivía con mi hijo, que me había costado tanto; tenía un trabajo, tenía éxito... y, de repente... ¿Tú has leído un libro de William Styron que se llama "La visible oscuridad"?
-No, no lo he leído.
-Pues léelo. Te lo explica perfectamente. Es un escritor también y le pasa lo mismo. Es una cosa impresionante. Son muy malas esas depresiones. Cuestan más de superar que las que tienen un origen conocido, la razón que sea. Pero esta fue muy dolorosa.
-¿Nunca ha utilizado la depresión como motivo literario?
-No. No me atrae. Nunca he escrito nada, excepto "El río", autobiográfico. Nada de lo que pasa en mis libros es algo que me haya pasado a mí. Nada excepto en "El río", que son recuerdos de mi infancia en La Rioja. Prefiero inventar, prefiero investigar el ser humano antes que ponerme yo en el centro.
-¿Hay algo en sus libros que quiera contar y a lo que crea que el lector no termina de llegar?
-Yo siempre tengo ese temor, pero vaya... Luego, hablando con mis lectores, contigo mismo, veo que hay gente excepcional que llegáis muchísimo. Pero, a veces, cuando hablo de un libro mío con alguien, sí te quedan zonas de las que piensas: "No se ha dado cuenta de esto". Pero también pienso que a lo mejor yo no lo he explicado lo suficiente, pero luego ves que sí hay otro que lo ha entendido. El primero quizá ha visto otras cosas, o sí las ha visto pero hablando conmigo en aquel momento le han interesado otras. No me preocupa demasiado eso, sinceramente. Me preocupa más que comprendan y entiendan el conjunto de lo que he querido hacer, más que momentos.
-En sus obras, los personajes están abocados a la pérdida de la inocencia. Salvo excepciones, los coloca en ese punto del abismo en que o lo saltan o se hunden.
-Es la isla. Perder la isla.
-¿Cómo es esa pérdida de la isla, de la inocencia? Y lo pregunto a la escritora y a la persona.
-¿Qué quieres que te comente? Es una pérdida muy dolorosa también, porque de repente un día te das cuenta de que hay algo que hay algo que se ha acabado para siempre, y empieza otra cosa que no te acaba de gustar. Que te da miedo, además: ¡Como yo no puedo en este sentido apartar mi vida de lo que yo he escrito...! La pérdida de la inocencia es inevitable, lo que pasa es que unos la pierden más y otros la pierden más. Pero es inevitable, porque le pasa a todo el mundo... A todo el mundo que ha sido niño, porque yo conozco personas que no han sido niños nunca.
-Por eso preguntaba al principio acerca de la edad: la diferencia entre la edad interna y la externa. ¿Cómo se produce en usted la pérdida de la inocencia?
-Muy tarde. Yo mantuve mi inocencia hasta casi los dieciocho años. A partir de los dieciséis, diecisiete años, empecé a perderla, pero la mantuve bastante tiempo. Con pequeñas pérdidas, claro.
-¿La echa de menos?
-No lo sé, porque la vida es perder cosas. Se compone de una cadena de pérdidas sucesivas. Pues sí, se echa de menos, pero también uno comprende que, si no, te puedes convertir en un pequeño monstruo. Va con la vida, aunque algunos seamos más reacios a incorporarnos al mundo. Ahora, yo te voy a decir una cosa: todas las mañanas, cuando me despierto, me cuesta mucho incorporarme al mundo. Muchísimo. No te lo puedes imaginar.
-Es curioso, porque muchos lectores acuden a sus libros, sobre todo a los últimos, como a un asidero de inocencia. Y sus últimas obras, sobre todo "Aranmanoth", son de un dramático y de un desgarrador enorme. ¿Teme que la gente, con sus últimos libros, se quede solamente en el elemento fantástico?
-Hombre, tengo mucha confianza en el buen lector. El buen lector se da cuenta de lo que es. Pero el que esté buscando el elemento fantástico en este libro, va dado. Es muy importante, pero no es lo más importante. Pero nunca me he planteado esto, porque yo creo en el buen lector. Hasta ahora, la experiencia que tengo de la gente que ha leído "Olvidado Rey Gudú" o "La torre vigía", los ha captado muy bien.
-Pero recordando alguna de las críticas que se escribieron acerca de "Olvidado Rey Gudú", temo a ese tipo de lector que coja un libro de estos, "Aranmanoth" por ejemplo, y diga: "Ah, una fábula mítica".
-Es que no se lo han leído. Sencillamente, no se lo han leído. Lo han mirado por encima, pero no se lo han leído, y dicen: "Ah, una de esas cosas de la Matute para niños".
-¿Se reconoce a sí misma como a una escritora perversa frente a esa imagen de escritora juvenil?
-No sé lo que es la perversidad: ¡me parece tan normal! En todo caso, es una perversidad inocente. Yo no me reconozco en nada, porque yo no sé quién soy. A veces digo: "¡Eh, sí, soy yo!"... pero no. Yo soy Alicia atravesando el espejo. Siempre estoy atravesando el espejo.
(Entrevista de Pedro Manuel Víllora)
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maría-luz- Fecha de inscripción : 11/05/2009
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