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SOLIDARIAS EN LA TRINCHERA "ANA MARIA PEREZ DEL CAMPO"

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Mensaje  Admin Vie 23 Oct 2009 - 21:44

Se ha pasado la vida luchando contra los malos tratos dentro del seno familiar, dando la cara por miles de mujeres que sufren en sus carnes los abusos de sus maridos. Ella sabe muy bien lo que es este dolor y, por eso, desde la Asociación de Mujeres Separadas, de la que es una de las fundadoras, se dedica a recomponer a estas mujeres, a estas muñecas rotas, para que recuperen su antiguo esplendor.

ROSA M. TRISTAN

MADRID.- Ana María Pérez del Campo supo, desde muy joven, lo que era pelear por sacudirse el yugo del hombre. Hoy su trinchera social está en la guerra contra los malos tratos que, en el límite del milenio, siguen padeciendo miles de mujeres españolas.

«Tenía 25 años y tres hijos cuando me separé. Como mi marido no me pasaba la pensión, tenía que trabajar, pero la ley me impedía hacerlo sin autorización del esposo. Cuando él se enteró de que tenía empleo, intentó que me echaran. Mis alternativas eran la mendicidad o la prostitución. Finalmente, no logró que me despidieran y así pude salir adelante».

A Ana María, que ya ha cumplido los 63, la vida le ha curtido la piel peleando por la dignidad del mal llamado sexo débil. Lejos quedan ya aquellos tiempos en los que las batallas se hicieron para ganar el derecho al divorcio, a la anticoncepción, a la igualdad en las leyes.... Lejos, pero no tanto como para olvidar que fue entonces, al poco de crear con otras compañeras la Asociación de Mujeres Separadas, cuando se topó con las primeras víctimas de una guerra que se escondía entre las cazuelas y las sábanas de muchos hogares.

«Un día, a la asesoría jurídica que teníamos en la asociación, allá por los años 70, llegó una mujer tuerta. Le costó tiempo quitarse las gafas y reconocerme que había sido su marido. El individuo la había vaciado un ojo a golpes y ella era la que estaba avergonzada». Eran tiempos aquéllos en los que las muertas aparecían en El Caso bajo el epígrafe de crímenes pasionales.

Desde el año 89, su organización cuenta en una localidad de Madrid con un centro de recuperación de mujeres maltratadas por el que ya han pasado cientos y cientos de víctimas. Un lugar secreto. Un zulo social. Lo único que garantiza la seguridad de quien se siente perseguida y acosada.

Y es que, sólo huyendo y a escondidas, muchas mujeres han conseguido salvarse de esa violencia con la que algunos hombres les han marcado durante años, mientras ellas, ya acostumbradas al dolor, quizá ya habitual desde la infancia, aguantaban los golpes y el desprecio. Salvarse y, a la vez, recuperar la dignidad perdida.

«Yo he visto aquí a una mujer acuchillada en el cuello por su marido, que la hacía arrastrarse delante de él cada noche, he visto pechos quemados con cigarrillos, huesos rotos, almas partidas...». Y mientras pasea su mirada alrededor del comedor donde nos encontramos, Ana María, con disimulo, me muestra «a esa joven, a la que su marido reventó el bazo porque no quiso acostarse con él una noche; a esa otra, que ha perdido la menstruación hace meses, a causa del pánico a las palizas; a la funcionaria que sufre de anorexia, o a la chica que ha llegado a pesar 100 kilos a causa de la ansiedad».

Antiguo esplendor

Lentamente, vuelven a reconstruir las piezas de esas muñecas rotas, una a una, con la misma paciencia y el mismo cariño con el que un restaurador recompone su más valioso objeto para que recupere su antiguo esplendor.

«Aquí hay ahora mismo dos médicas, una periodista, tres abogadas. Los malos tratos existen en todas las esferas y clases sociales. Todas necesitan ayuda de psicólogos para recuperar su autoestima y volver a encauzar su vida».

Esta recuperación en el centro está marcada de indicadores feministas. «Ahora parece que está mal visto ser feminista. A las que lo proclaman se las tacha de radicales, pero se olvida que siempre tiene que haber una vanguardia, que es la que nos ha permitido a las mujeres alcanzar algunos de nuestros objetivos. Y queda mucho por hacer. Demasiado. No hay más que pasearse por cualquier pequeño pueblo del país».

Para Ana María y su equipo es fundamental «desconectar» cuando la termina la jornada. «Es una cuestión de supervivencia para no volverse loca. Por aquí han pasado mujeres que recordaban a las de los campos de concentración nazis. Es su fortaleza para salir adelante lo que a nosotras nos da fuerzas».

Sin embargo, cada noticia sobre una nueva muerta a manos de su compañero es una nueva herida. «El corazón da un salto, hasta que comprobamos si se trata de una de las que han pasado por aquí. Y luego siempre queda la rabia».

Si. Rabia. Y dolor por la impotencia. Y desesperación. «¿Cómo puede haber lista de espera para conseguir una plaza cuando se está escapando de la muerte? ¿Qué hacer con esa mujer que, después de poner 20 denuncias, se encuentra cada noche en casa con su maltratador sentado en el sofá? ¿Quién la salva a ella?».

Preguntas para las que Ana María responde siempre igual: «Aquí a los políticos se les llena la boca cuando hablan de las mujeres maltratadas, pero lo que tendrían que hacer es una ley integral contra la violencia doméstica que diera soluciones inmediatas a su sufrimiento».

Los muros de la Justicia

Y es que ella asegura que tiene claro dónde está ahora el enemigo, hacia dónde hay que dirigir las balas para que caigan los muchos prejuicios que aún sobreviven entre los muros de la Justicia. «Los jueces y los fiscales aún consideran que los malos tratos forman parte del ámbito de la familia. Por ello archivan las denuncias y dejan libres a individuos que amenazan impunemente de muerte a sus mujeres. Da igual lo que marque la ley, que diga que esos casos no se archivan».

Y es que es habitual oír decir que los cambios sociales son lentos, que se tardará tiempo en conseguir que ningún hombre pegue a una mujer, que se ha avanzado mucho en pocos años... Pero ni ella, ni sus compañeras, ni sus residentes pueden esperar tanto.


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Mensaje  maría-luz Vie 23 Oct 2009 - 22:11

Duele tanto encima que haya personas que digan que las denuncias son falsas. Que somos vagas y queremos vivir con el dinero del exmarido.
Cuando estuve viviendo en el centro de emergencia después de denunciar a mi maltratador, dentro de lo poco que me quedaba de entendimiento por los momentos angustiosos que pasaba, se encogía más el alma de ver las historias de las otras mujeres que vivían allí.
Que fácil les resulta a los demás opinar de cosas que desconocen y encima así favorecer a los violentos.
Las mujeres que además se adhieren a sus postulados defendiendo las mentiras que de forma tan sibilina han ido depositando en los sitios estratégicos los que sabemos, deberían ser conscientes del daño que se están haciendo a ellas, a sus amigas y a sus familiares. Cuando un día a su hija, le pase, se acordarán de su posicionamiento pasado.
Ninguna mujer está a salvo mientras perduren los idearios machistas y salga tan barato en este país maltartar.
La famosa Tolerancia Cero es una mera frase.
Los violentos despliegan un arsenal infinito y encima disponen de sitios donde guardar más munición en los pef, juzgados...
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